domingo, 11 de abril de 2010

Saturday Night Live

Ayer sábado fui a la casa de una amiga. Había una fiesta. Hasta acá todo normal. Nada que no formara parte de la rutina más o menos de siempre de cualquier solterita que anda por ahí. Según te agarre el día quizá te emperipolles o no. Es decir, no sé si será por hormonas, azar o qué, pero lo cierto es que hay días en que te ponés el pantalón más ajustado que encontrás y otros en los que si vas en pijama te es lo mismo.
Bueno, el sábado yo me “vestí” porque era sábado. Entonces me puse una remerita de esas buena onda, una de las escotadas. Supongo que guardaba la secreta esperanza de “una no sabe qué puede llegar a encontrar por ahí”. Bueno claramente fue lo que pasó. Cuando llegué encontré suegros y parientes. Así que me pasé toda la noche subiéndome el escote. Porque claro yo nunca supe llevar un escote con altura. Y menos que menos ahora, que lo que hay adentro del escote tenés que buscarlo, porque altura lo que se dice altura como que no hay.
A eso de las tres de la mañana mi poco relleno escote y yo nos tomamos el 37. Como suele suceder los sábados a esa hora, encontré a un par de parejitas abrazadas en los asientos. Elegí un asiento de uno, obvio. Apoyé la cabeza sobre la ventanilla y traté de dormir. No logré conseguirlo, pero sí logré golpearme varias veces la cabeza. El colectivo siguió parando, las parejitas siguieron subiendo. En un momento conté 6. Algunas dormían, otras se hacían arrumacos, otras hablaban.
De repente noto que las luces del 37 se apagan y sólo queda prendida la de adelante, la del chofer que era de color azul. Y como si esto fuera poco, el tipo agarró y puso música romántica. “¡Zeus! ¿Qué es esto?”, pensé. Sí, eso ya no era un colectivo, era una especie de telo ambulante.
Empecé a mirar para los costados, a ver si encontraba algo para abrazar. Obviamente que no encontré nada. Así que me tuve que bancar unos 15 minutos de melosidad ajena, mientras pensaba: “todo bien, ¿pero hay necesidad de contar plata así descaradamente delante de las pobre, eh?”
Llegué a mi parada y me bajé. Entré a casa un poco angustiada. Busqué al único espécimen varón que durmió en mi cama por un período de tiempo “considerable”. Mi gato Mugre que venía acostándose conmigo desde hacía unos 8 meses más o menos. Pero eso no fue todo, quise ir más allá. Entonces invité a Castigo también. Ella ni lerda ni perezosa, se subió a la cama en cuestión de instantes. Y fue así que a las 4 de la madrugada de un domingo, taché trío y zoofilia todo junto y a la vez.