
No fue el día en que ese nene me dijo "no me da (nótese la falta de la S en el verbo) la hora?
No fue el día de Em ba ra za da! en el que me cedieron el asiento
Tampoco fue esa vez que en vez de hablar de tipos hablábamos con las chicas de cómo había subido el queso y de que si seguimos así no sé qué vamos a terminar comiendo en este país que se supone que es el granero del mundo .....
Ni el día en que llevé a mi chiquita, digo a Castigo que ya estaba en edad de merecer, a que la castraran
En fin, ninguno de esos días me sentí mayor. Es más, no fue sino hasta que al Musicólogo se le ocurrió decirme: "no querés una?" y que yo sin saberlo me metí una naranja abrillantada en la boca. Ese fue el principio del fin de la juventud. Digo el principio del fin porque la muy malparida me gustó y ahora cuando tengo ganas de algo dulce ya no voy a la heladera con cuchara en mano cual quinceañera en busca del dulce de leche, ahora cuando necesito más glucosa paso por la alacena y me como una de las naranjitas esas que me dejó el Musicólogo. Clara muestra de mi vejez inminente. Es que la vejez no se miden por los 30 años, la vejez se mide por lo que te metés en la boca, entendés? Es que si me gustaron las naranjas, qué será lo próxiomo, eh? Qué? Acaso los dátiles y los orejones? Ahí, te digo ya me saco turno para el gerontólogo.
Imagen vía: Guía de cocina