viernes, 11 de septiembre de 2009

Mudanza!

Quien diga que mudarse es fácil y/o divertido, miente. Quiero que los sepan. Quiero que todos lo sepan. Mudarse es una de las experiencias más traumáticas y estresantes de la vida toda. Y eso que yo me mudaba a cuatro cuadras de mi casa. Sino, mirá, Sino, leé.
Era domingo, después de comer el asado. Yo estaba llena, llena. Por no decir que casi reventaba como todos los domingos que como como si fuera la última vez, como si hubiera que almacenar porque se viene la guerra o algo así, sólo que yo almaceno en el propio cuerpo como si me creyera camello. Así que encima me sentía pesada pero tenía que hacerlo. Tenía que juntar todas las cosas de mi habitación y empezar a llevármelas. Tenía que enfrentarme a la primera noche solita en el departamento. Ya era hora.
Cuando subí a la que todavía era mi pieza, mi hermano Gustavo me esperaba con un bolso:

Gustavo: - Te lo traje por si lo necesitabas. Eso sí, después me lo devolvés. No te vayas a creer que te lo regalo nena.
Andre: - Ay! Pero no te hubieras molestado. Siempre tan gentil vos.
Gustavo: - Sí, la gentileza es algo que me caracteriza. Eso y la caballerosidad.

Dijo eso y se fue. Me quedé sola en la inmensidad del cuarto. Por primera vez en todos los años que había pasado ahí me parecía grande. Ja! ¿Será que me quiero sentir chiquita? – pensé. - Pero, nena dejate de joder, querés? Juntá las cosas y el martes lo charlás con la psicoloca. – me contesté con el pensamiento también. Es que yo cuando estoy así en esos momentos raros me hablo y me contesto.
Me puse a juntar todas, bueno casi todas, mis cosas. Es decir, de paso aproveché para dejar en mi casa, perdón la de mis viejos, todo lo que no quería. Esa remerita roja espantosa que me regalaron hace dos años. La camisa a cuadrillé, la remera rayada que me compré a los 12… me querés decir porqué una se empeña en guardar estas cosas, eh? Ah! Y la rematé cuando llegué a la caja de los recuerdos. Sí abrí el arcón, más que arcón tupper, de los recuerdos y encontré todas esas cartitas. Las de despedida, las de amigas, las de amigos, las de intentos frustrados de novios, las de declaraciones mías nunca dadas …. En fin un arsenal de cursilería que la mujer independiente del siglo XXI todavía conserva no sé para qué, pero conserva. Bueno, todo eso lo dejé. Bueno miento el tupper lo llevé. Todavía no sé qué hacer con él, pero se fue conmigo.
Cuando estaba llenando el segundo bolso pensé en cuánta ropa tenía, incluso que ni me acordaba que tenía. Pero igual, necesito comprarme una musculosa amarilla, otra negra y una violeta, mínimo. Aparte necesito alguna pollera más y una bermuda. Y zapatos. Siempre se necesitan zapatos. Los del año pasado pobrecitos no dan más. Bueno y no sigo que me entusiasmo.
Cuando terminé de hacer los bolsos y de juntar en 7 mil bolsas cosas como platos, vasos, cubiertos, cacerolas y demases lo llamé a mi hermano para que me llevara en auto. Cargamos el auto un par de veces y ahí nos fuimos.
Al minuto y medio llegamos, cuatro cuadras en domingo se hacen rápido.

Gustavo (a los gritos pelados): - Dale nena! Apurate que no tengo toda la tarde. Me tengo que ir a jugar a la pelota.
Y ahí iba yo más cargada que un equeco….
Andre: - Seeeeeeeee. Ya va. Perá. No puedo sola.
Gustavo:- Dale! Mirá que si no te apurás te dejo todo acá en la calle.

En menos de 10 minutos Gustavo había subido todo y se había ido. En menos de 10 minutos me quedé sola con un nudo en el pecho, los bolsos y las 7 mil bolsitas de todos los colores y tamaños en el piso del departamento que alguna vez me había parecido muy chiquito pero ahora me parecía enorme.

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